19 de noviembre de 2011

El coro global



Bobby McFerrin en el World Science Festival, New York, 2009

Las partículas de las que estamos hechos, de las que está hecho todo lo que es perceptible, eso que llamamos "mundo", vibran y se relacionan en composiciones musicales. Probablemente podríamos considerar que el agua es música, como lo es la danza de los planetas y de las estrellas en la sobrecogedora inmensidad silenciosa del universo. La humanidad es una pequeña porción de vida en esa composición inefable. Somos pequeñas notas, pequeños acordes, pequeños dibujos melódicos, ritmos diminutos, armonías en permanente modulación. Parece que el mundo se destroza, pero su sustancia fundamental permanece, no inalterable, pero sí ajena a las desgracias que las confusiones del ego y de sus pensamientos asociados perpetran en las zonas mediáticas de la realidad. La esencia de lo humano no está, ni estará nunca, en los mercados financieros, y no es gobernable. Nos podrán arrebatar o imponer algunas cosas, pero seguiremos siendo esencialmente musicales, armónicos. Muchos lo han descubierto ya, y recuperan en ese descubrimiento la sencillez, que, según vamos comprobando, es el fundamento de la felicidad. La ciencia, el arte y la filosofía son la expresión trinitaria de la inteligencia humana, y no tienen por qué seguir los rieles separatistas del negocio, del miedo, de la confusión. Permitamos que se exprese, al menos en los ámbitos más íntimos y verdaderos de nuestra conciencia, esa percepción participativa, amorosa, de que estamos cantando en el mismo coro.

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