17 de marzo de 2010

La culpa



Una conversación entre padre e hijo, cargada de oscuridad, de miedos y amenazas tangibles, hiede en una atmósfera fría con la afectividad doblegada por razones impuestas desde abismos infernales. Como en una respiración artificial, el padre insufla en el niño la conciencia del pecado para petrificar su vida en el molde de la norma. Siembra en él la semilla del fascismo. ¡Cuánta angustia en todo ello! Es un retrato social de aparente ficción ("La cinta blanca", Peter Hanecke, 2009), en una aldea protestante del norte de Alemania, un poco antes de que estallara la primera guerra mundial. Pero da frío reconocerse en él, descubrir que una parte del alma de Europa está tejida con esos alambres de espino. Y que la culpa ha sido alimentada demasiadas veces en nuestras conciencias para hacernos maleables. En la película los niños incuban un mal aún ignoto, inquietante, sombrío, misterioso. En el espectador germina la desazón de saberse partícipe o heredero de esa suerte de espantos.

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