19 de enero de 2008

El buen rollo y los venenos

Madagascar

A primeros del último septiembre regresaba yo de París a Madrid en avión después de pasar unas semanas en Madagascar, un lugar maravilloso y lo suficientemente lejano en todos los sentidos como para sentirse fuera del ámbito de lo cotidiano. De eso se trata, creo yo, cuando viajamos cada año fuera de las estrecheces cotidianas en las que nos encerramos, para respirar otros aires, abrir la mente, escuchar otros idiomas, percibir otros aromas y colores, comer cosas diferentes, salir de ese uno mismo siempre mediocre que nos limita, y ensanchar el espacio de nuestra vivencia para no ser tan catetos como solemos ser casi siempre sin darnos cuenta. Estaba cansado y deseaba llegar cuanto antes. Porque ya llevaba un día entero de vuelos y aeropuertos y porque me apetecía mucho volver a tomar unas cañitas con el codo apoyado en la barra de un bar, ese fenómeno social tan estupendo que no existe como tal en otros países, al menos que yo haya conocido. Normalmente es lo único que me provoca ciertas, aunque poco importantes, nostalgias, ya que no tengo a gala lo de ser de aquí o de allá como una categoría personal. Me gusta el mundo y no me gustan los patriotismos que excluyen lo que está más allá de las fronteras, unos límites tan arbitrarios como falsos y que francamente creo que no definen absolutamente nada. Eso sí, sirven para que nos matemos unos a otros. Gran invento...

El caso es que no suelo sentirme especialmente orgulloso de ser español, ni madrileño, ni de tal o cual barrio, aunque sí me siento maravillado de ser humano, y esto no me causa ningún complejo, sino más bien todo lo contrario. Pues el caso es también que íbamos aquel día a despegar y la tripulación, española, efectuaba esos aspavientos desde el pasillo con los que nos indican lo que tendríamos que hacer si el avión se estrella, lo que solemos aprovechar para hojear los papelotes que tenemos a mano, mirar por la ventanilla o dejar que pase el rato sin hacerles mucho caso a las azafatas y azafatos. Si nos tomáramos muy en serio lo que dicen podríamos sufrir un mal rato, y de miedos ya vamos bien servidos sin necesidad de que nadie los potencie.

Cuando los auxiliares de vuelo terminaban su demostración, la voz que daba las explicaciones por megafonía dijo literalmente: "Y ahora os pido a todos un fuerte aplauso para nuestro compañero Manu que mañana se casa con su novio, y ya era hora, que casi se le pasa el arroz..." Todos, o mejor dicho, casi todos los pasajeros aplaudimos al chaval (que de pasarse el arroz nada, era muy joven y, ya que me estaba fijando en él, me pareció además muy guapo). Manu sonrió con una cierta timidez bajando la mirada ante la algarabía del pasaje. Luego todo volvió a la normalidad, el avión despegó, y el mozo casadero siguió con su trabajo junto a sus compañeros y compañeras. Y yo dejé volar la mirada por la ventanilla, y me di cuenta de que me sentía alegre, que estaba a gusto, como si hubiera regresado a casa y estuviera en confianza con mi familia comentado cosas o estando cómodos callados. Y pensé... ¡qué cambio tan grande está dando España! Esta escena hubiera sido impensable hace tan sólo unos años. Pocos años. Quizás sólo tres o cuatro años. ¿Tendrá algo que ver la dimensión pedagógica que tienen, o al menos deben tener las leyes? ¡Ya lo creo!

Podremos discutir de muchas cosas, casi siempre sin saber casi nada de lo que estamos discutiendo, y ser afines a uno u otro partido político como si perteneciésemos a un club deportivo al que apoyamos haga lo que haga y juegue bien o mal, que así vivimos hasta ahora los españoles la democracia hacia la que nos acercamos en una lenta y espesa transición que ni de lejos podemos dar por concluida. Puede que permanezcan aún entre nosotros los fantasmas del pasado y de nuestra condición, aún irredenta, de catetos. Puede que sigan vigentes las dos españas de Don Antonio Machado y que todos podamos empecinarnos hasta el hartazgo en tener razón frente a la siempre diferente forma de entender la vida y el mundo que ejercen y manifiestan nuestros vecinos. Pero quien no reconozca ese aire fresco que sopló en la cabina del avión para celebrar la boda de Manu con su novio se está perdiendo algo muy importante. Para sí mismo, quiero decir. Los demás ya lo vamos aprendiendo a disfrutar. Y tendremos que trabajar para que el avión siga su vuelo con el aire cada vez más limpio y no haya que usar las mascarillas esas de oxígeno tan espantosas que caerían sobre nuestras cabezas en caso de exceso de veneno. Por ejemplo ése que algunos han vertido y vomitado por todas partes para hacer España irrespirable intentando así demostrar aquella execrable y antidemocrática frase que dijo un esbirro del PP en el congreso de los diputados: que Zapatero había llegado al poder en un tren de cercanías... ¡Qué barbaridades se han dicho! Envenenar a un país entero para luego hacer como que vienen a salvarnos, qué estrategia tan perversa... Nadie con la mente abierta y buen corazón puede quedarse de brazos cruzados en las próximas elecciones. Después podremos exigir y presionar para que las cosas vayan por donde tienen que ir, pero esta vez es diferente. Se trata de quitarle eficacia a los venenos de lo más espantoso de la derecha española, esa que se empeña en volver a resucitar todo tipo de inquisiciones, para dar un pasito más hacia la normalidad democrática.

Sentí que el avión daba algunos tumbos y, para no tener nunca más miedo, le pedí a Manu que me trajera un botellín de cava. Cruzamos unas sonrisas, me serví un vaso, y brindé por él, por su felicidad y la de todos (la felicidad es un bien común, como la tranquilidad, el buen rollo y la alegría de vivir) y por haberme sentido orgulloso, al menos por esa vez, de algo que sí es positivamente diferente en España y que habrá que cuidar de forma activa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin lugar a dudas se respira un ambiente diferente.Desde las elecciones se empezó a trabajar rápido y la sociedad ya vive en un ambiente distinto.Estamos obligados a recordar la crispación en la que viviamos antes de las votaciones, el mal humor general, la caída en el gris en el ambiente , en las conversaciones, en la vida.
El prohibir por prohibir, el condenar , el prejuzgar y el juzgar desde la vision podrida .
Se han hecho variaciones sutiles en el pensar que proporcionarán a medio y largo plazo cambios profundos. Los mas atentos ya disfrutan de un aire distinto, se intuye la euforia, estamos mejorando. Se ha demostrado que no es necesario dar bofetadas para educar sino libertad para vivir.
Dentro de unos años, viviremos mejor porque seremos mejores.
Ahora se tolera, no se impone, en lugar de prohibir y eso nos hace mas libres.Ser mas libre provoca miedo por que te traslada a tí la responsabilidad de decidir y decidir cuesta. Aprender a decidir es doloroso por que elegir es no elegir. Elegir es perder y perder aterroriza.Quienes preferimos decidir sin miedo a equivocarnos, estamos , somos extranjeros de lo "gris", emigrantes. Retroceder a lo gris sería imperdonable para nosotros y para los que están por venir.No tendremos explicación para el retroceso. No nos perdonariamos retroceder.
Efectivamenet no se han hecho grandes alardes de poder económico o militar, pero si se ha tratado,por ejemplo, de atacar la violencia de género y de dar confianza a las victimas.Eso mueve el mundo.
Invadir Irak es una anécdota de terror de la que no habla ya nadie.Desafortunadamente.

Vivimos distinto que hace unos años y podemos vivir diferente si así lo deseamos, ahora, en algunos aspectos , "ya nos dejan".

Anónimo dijo...

Mi entrada en este espacio no es para hablar de política, mentiras, guerras ni nada de eso.
Es para comentar que es un placer leer a Aurelio.... haces muchas cosas bien .... cantar, querer, ser llano, natural ...pero de verdad que es un autentico placer leerte.

Mayte

Anónimo dijo...

Se me olvidaba !!Te Quiero Mucho¡¡¡ Que diver es la primera vez que hago esto...